Remordimiento Moral

¿No te pasa en ocasiones, que haces algo lo cual en el momento ves como correcto. Pero después lo analizas y dices: «Hijole, creo que eso no estuvo bien.»

En mi trabajo suelo ser muy paciente y sereno para sobrellevar los retos y circunstancias que se puedan presentar. Sin embargo, a veces, esa paciencia se desvanece ante ciertas circunstancias inesperadas que ocurren en la cotidianidad de la jornada.

De pronto algo sale mal; tiende uno a buscar culpables y a veces toca aceptar la culpa propia. Pero, en aquellos momentos en los que me parece que alguien de pronto se sobrepasa con una acción conflictiva, la serenidad se ve tentada a desaparecer y pueden surgir reacciones irritables. En esos momentos todo pasa hasta que se bajan los humos. Luego, cuando regresa la calma, empieza la mente a trabajar: uf, creo que me pasé, no debí decir esto o aquello. El remordimiento moral comienza a surgir y llega el momento de aceptar que me equivoqué y si es necesario pedir perdón o incluso perdonarme a mí mismo.

En mi vida, considero sumamente importante tener claridad que a veces me equivocaré. Pero las equivocaciones que cometo, me serán de utilidad si soy humilde para reconocer mi humanidad y fragilidad. Si asumiera que soy perfecto, me llenaría de orgullo y los errores, lo único que ocasionarían sería irritabilidad de mi parte y negación.

Qué grande y necesaria es la virtud de la humildad, para que los fracasos, en lugar de estancarme, se conviertan en escalones para ir mejorando cada día en mi desempeño y en la práctica del amor, la verdad y la justicia.

El Picante en Mí

Tengo un picante que me estremece. Me provoca seducir, hechizar, encantar. Ese picante me da una cosquillita para enredarme en una telaraña de la cuál después me sería muy difícil salir ileso y sin lastimar a nadie.

Pero ese picantito sigue allí, dándome tenues pulsadas en mi organismo e instintos de caballero. Ese picante añade un toque extra a mi amabilidad natural. Y dice aquella mujer que recibe el saludo: Dios, mas que es amable, es seductor.

Espera, espera mujer. Que no es mi intención seducirte, pero con mi personalidad, viene adherido ese picante que enciende sentidos y sensaciones de atracción.

¿Qué pasa entonces? Bueno, por Gracia de Dios, no me aprovecho de ese picante, no le añado candela a ese condimento y mantengo serenito a ese picantito. Claro que veo reacciones, sonrisas, miradas y no me desagrada. Pero sé que esos gestos no he de corresponderlos, pues no es ese mi camino de vida.

El picantito me acompaña latente y hace despertar el picante en aquellas personas que lo perciben, que les gusta y que por tanto, responden igual: con gestos igualmente picantes.

Picantito, picantito, te prefiero así, latente y calmado. No pienso provocarte ni darte razones para encenderte, picante. Quédate allí, latente y dormido. Así estás bien y yo también.

Alegría Forzada

¿Quién afirma que hay que estar siempre sonriente y de buen humor? ¿Por qué obligarme a estarlo en aquellas ocasiones en las que pueda estar triste o simplemente serio ante las circunstancias de la vida?

A mi criterio, ¿quién tiene que estar siempre sonriente y de buen humor en situaciones específicas?: el payaso, porque su tarea es la de entretener a las personas que se encuentran a su alrededor.

Pero yo no soy un payaso, por lo tanto, no tengo la obligación de estar siempre alegre. Ahora bien, claro que disfruto estando alegre, de buen humor y haciendo reír a los demás. Sin embargo, no me puedo comprometer a tener permanentemente la etiqueta de la risa.

Creo que la vida no se trata de parecer que estás siempre contento, sino que se trata de ser auténtico. Auténtico en mi alegría; auténtico en mi tristeza; auténtico en mi enojo; auténtico en mi contemplación; auténtico en mi preocupación; auténtico en mi ternura; auténtico en mi miedo; auténtico en mi seriedad; auténtico en mi reflexión y auténtico en mi ansiedad.

Mi sentido de humor no es una condición de vida, sino que es producto de cómo me siento en determinado momento. Ahora bien, si me preguntas: yo la mayor parte del tiempo estoy alegre, no siempre, pero gran parte del tiempo. Porque amo mi vida, amo a Dios, amo las circunstancias que me tocan vivir, sean cuales sean. Eso es otro tema, pero acepto que en ocasiones he tenido un ánimo que roza con el suelo de lo bajo que está.

Aún así soy feliz, porque no defino felicidad como alegría, sino como estado de serenidad y paz interior en medio de cualquier ámbito emocional en el que me encuentre. La felicidad para mí es diferente a la alegría, puesto que la alegría es algo temporal. Pero la felicidad puede permanecer en medio de cualquier circunstancia que esté experimentando en mi ser. Es algo mucho más profundo que cualquier sensación emocional.

Bueno, mi consejo para mí y para ti: No te impongas la complicada tarea de sonreír siempre o estar siempre de buen humor. Permítete sentir las emociones que se vayan manifestando a lo largo de tu vida. Eso sí, acuérdate que puedes ser feliz en medio de cualquiera de esas circunstancias, teniendo presente algo vital: DIOS NUNCA DEFRAUDA. Dios te acompaña en cada proceso de vida que enfrentas.

¿Qué pasa con la Obsesión?

La obsesión es peligrosa porque puede desviar un simple deseo hacia un desenfreno inmoral en donde se deja de ver la realidad y lo que dominan son los pensamientos impulsivos e incluso agresivos que llevan a actuar sin prudencia ni principios éticos.

Es peligroso obsesionarse, en los distintos ámbitos de la vida. Por ejemplo, la obsesión con el dinero, con el poder, con una pareja, con los amigos, con verse bien. Normalmente, estas cosas no llevan a un caos cuando se mantienen dentro del equilibrio moral. Pero cuando mi fijación por algún ámbito específico de la vida se sobrepone a todo, me puedo olvidar que hay límites que si se sobrepasan, pueden causar un mal hacia sí mismo o hacia otros.

Yo he tenido muchas obsesiones a lo largo de mi vida. Durante un largo período estuve obsesionado con mis amigos, quería caerles bien, que me admiraran y que me buscaran siempre para pasar tiempo conmigo. Quería la atención de ellos por encima de todo. Incluso aunque a veces no quisiera estar con ellos, me forzaba a pasar casi todo el tiempo junto a ellos porque tenía la fijación de caerles bien estando con ellos a cada rato.

Esta obsesión se convirtió en una psicosis que me llevó a un choque conflictivo con ese grupo de amistades. Fue algo tan crítico a nivel emocional que colapsé y terminé aislado de ellos.

La obsesión me ha enseñado que lo único que esta puede traer consigo es el olvido del amor propio y consecuentemente, el descuido del cuidado personal emocional, físico y espiritual.

Cuidado con obsesionarse, que eso trae consigo angustia crónica. Lo que sí me trae un profundo bienestar es procurar vivir entregado plenamente a las responsabilidades diarias, las amistades, la familia, los espacios a solas y el entretenimiento. Pero viviendo todo esto desprendidamente, sin apego a nada.

Lo más importante para mí, por encima de todo es Dios, tenerlo presente en mi pensamiento cada día.

El Mal de la Intromisión

Entrometerse en la vida de los demás, suele pasar entre amigos, familiares o incluso simples conocidos. Como aquellos amigos que son inseparables hasta que uno de ellos consigue una novia y deja de tener tiempo para compartir con su hermano del alma. El que se queda solo comienza e entrometerse y decirle que ya no es el mismo, lo acusa y le reclama porque ya no pasan tiempo juntos como solían hacer. En un intento egoísta trata de darle a entender que debe dejar a esa mujer porque vino a dañar la relación de hermandad que tenían.

Pasa con aquella pareja que se ama incondicionalmente, son el uno para el otro y aprenden a sobrellevar las diferencias y adversidades con inteligencia. Encuentran la realización en la visualización de un proyecto de vida conjunto. Pero está la mamá del hombre quien se siente muy bien teniendo a su hijo en casa y no quiere que se lo quiten (así piensa ella), así que le hace la vida imposible a la pareja para que esa relación se termine.

¿Qué opinas de esto? Yo siempre encuentro bien en escuchar los consejos de personas que te quieren ayudar, aportar algún conocimiento que pasas por desapercibido y que puede contribuir a que tomes buenas decisiones. Una cosa es la crítica constructiva o simple observación objetiva y otra cosa es la crítica destructiva o impositiva que busca condicionar tu vida.

Me parece fundamental el respeto a las decisiones que cada uno toma. Pienso que uno puede dar consejo a quien lo pide, pero también se ejercen los valores cuando uno no opina donde no se lo han pedido.

Considero que el amor implica también respetar los derechos que cada ser humano tiene para elegir el trayecto de su vida, porque para eso tenemos nuestra libertad.

Un Viaje Hacia Mi Interior

Me subí en el coche, me puse el cinturón de seguridad, encendí el auto, quité el freno de mano y puse el carro a andar. Manejé aquella madrugada siendo las 5 a.m., hasta las afueras de la ciudad. Comencé a recorrer la zona desértica de Texas con un solo propósito: aislarme por completo y emprender un viaje hacia mi interior.

9:00 a.m. – Me detengo en un restaurante de comida rápida para desayunar.

  • Deme cuatro pancakes, un huevo revuelto, tocino y jugo de naranja por favor.
  • Claro que sí señor. ¿Eso sería todo?
  • Le agradecería que me traiga un vaso de agua al tiempo mientras tanto.
  • De acuerdo.

9:30 a.m. – He quedado muy lleno, por lo que decidí reposar aquí mismo y contemplar el panorama desértico de allá afuera, además de disfrutar de la agradable temperatura en el interior de este restaurante.

Me pongo a pensar sobre adónde ir. Comencé mi viaje sin un destino fijo; solamente queriendo alejarme del bullicio de mi ciudad para adentrarme en el silencio de mi alma. Tengo un cuarto de gasolina. Mi próxima parada será para llenar el tanque.

9:45 a.m. – Retomo mi viaje hacia lo incierto y desconocido. ¿Qué me espera tras la incertidumbre del camino? No lo sé, pero algo me dice que debo seguir andando.

11:00 a.m. Me estoy quedando sin combustible y no me he topado con ninguna gasolinera en el camino. ¿Será que me voy a quedar varado en medio de esta zona desértica y con semejante calor que hace allá afuera?

12:00 p.m. Me he quedado varado en medio del camino sin combustible en el auto. No me queda otra opción más que caminar. Camino por la orilla de la carretera durante unos veinte minutos, tengo sed y calor. Veo a mi lado derecho un camino que se adentra a una zona boscosa, «pero ¿zona boscosa en el desierto?»; ¿será que ya estoy alucinando? No importa, me dirigiré hacia allá puesto que lo que me espera bajo este implacable sol es la muerte.

Empiezo a caminar hasta entrar en el bosque, todo se torna tenuemente sombrío; comienzo a sentir frescor y algo de brisa suave que mueve las ramas de los árboles y me refresca hasta secar el sudor de mi piel.

Me siento en el tronco de un árbol caído y comienzo a preguntarme: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿para qué estoy en el mundo? Una serie de cuestionamientos existenciales me embargan y me envuelven en un oasis de pensamientos profundos. Me siento de pronto en una vorágine en donde me sumerjo hasta abrir los ojos y despertar acostado en la grama. Veo arriba mío el cielo adornado con las ramas de hermosos pinos. Me siento muy cómodo allí, no me quiero levantar. Siento que he restaurado mis fuerzas y se me abre la conciencia a una mayor amplitud. Mi alma despierta de un largo sueño y comienza a transmitir calidez a mi corazón. El corazón palpita al ritmo de una hermosa sinfonía. Mi paladar está húmedo y estoy saciado como si hubiera comido y bebido lo necesario.

¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Para qué existo? Siguen las dudas existenciales. Creo que el Universo quiere darme la respuesta, pero requiere de mi completa atención. ¿Estás listo Enoc, para recibir la respuesta que tanto has esperado?

-Sí, estoy listo.

Corazón Resiliente

¿Qué es la resiliencia? Me preguntaba alguien.

Bueno para mí, resiliencia es una mezcla entre resistencia y flexibilidad. Decía un reconocido psiquiatra.

Yo considero que resiliencia representa lo siguiente: Si cometo un error, no me castigaré por eso. Mañana volveré a intentarlo y seré paciente conmigo mismo en el proceso. Decía un conferencista de fama internacional.

Desde mi experiencia, defino resiliencia con esta analogía: Soy yo, parado firme frente a una serie de muros que vienen hacia mí, se estrellan contra mi cuerpo hasta desmoronarse uno tras otro; no paran de venir y golpearme. Yo sigo allí parado, recibiendo esos duros impactos, me sale sangre, lloro, por momentos quiero rendirme, tirar la toalla, empiezo a desear con ansias que mi vida acabe. Pero me repito una y otra vez, «DIOS NUNCA DEFRAUDA». Esa frase me ayuda a permanecer de pie a pesar de las duras colisiones.

En un momento dado, observo mi cuerpo y descubro que está mucho más robusto, me he vuelto fuerte a causa de haberme mantenido firme golpe tras golpe. Ahora uso mis puños para romper los muros que siguen viniendo hacia mí, enfrento esas barreras que se me continúan atravesando. He aprendido a agarrarle el ritmo a aquella dificultad. Cada vez se me hace más práctico el dominio de las circunstancias. Después de un tiempo de ir derrumbando esas barreras, dejan de venir.

Ya no hay muros, puedo descansar. Me he dado cuenta que ese difícil período me ha hecho un hombre increíblemente fuerte, ágil y habilidoso. Ahora no se trata de esperar a que vengan los muros; sino que soy yo quien comienza a caminar hacia ellos y en la medida que voy encontrándolos, con un semblante diferente (de pasión, entusiasmo y vitalidad) voy derrumbando uno tras otro, rumbo a la meta de mi realización, con la frente en alto y confiando plenamente en mi frase favorita: DIOS NUNCA DEFRAUDA.

Respiro profundo, hace tiempo que no lo hacía. Puedo sentir con intensidad el aire que entra a mis pulmones, finalmente me siento plenamente vivo.

Era verdad: El Señor nunca me falló.

Es duro pasar por la tormenta y las tempestades, tan difícil que a veces acabar con la propia vida parece una vía de liberación y descanso. Pero para el que soporta aquel caos hasta que llega la serenidad, alcanza un estado de paz que te hace decir: ¡VALIÓ LA PENA!

Para mí, eso ha sido la resiliencia: Ver las dificultades como un viático hacia la vida plena.

El Mal de Superioridad

Estábamos a mediados del año 2018. El afán por cumplir con mis responsabilidades del día laboral me aceleraba la sudoración y generaba una gran tensión en todo. Me daba cierta satisfacción llegar muy temprano para estar a solas aunque fuera una hora.

Llegaba el personal a marcar, abría la agenda para ver cómo los distribuiríamos en sus rutas de trabajo. Usted y usted van para este destino; ustedes tres para este otro y los otros para aquel otro. Salían todos a trabajar y quedaba una cierta satisfacción de haber dado las órdenes como tenía que ser.

Llega el resto de colegas a trabajar; salen las preguntas de seguimiento a ver si se envió de manera correcta al personal.

  • ¿Por qué mandaste por esta ruta?
  • Me pareció que era lo mejor.
  • Sí, pero no lo era. Ni modo, ya se hizo.

Comienzo a sentir incomodidad; hay cuestionamiento en mi interior: «Pensé que era lo mejor, ¿por qué siempre tengo que ser cuestionado de mis decisiones? Pareciera que no hago nada bien por más que lo intente y eso me frustra.»

Fluye el día, son las 10 a.m. y me piden distribuir al resto del personal de la central para que se ocupen en algo. Comienzo a encontrarme con uno tras otro, dándole las indicaciones previamente recibidas de mi superior. Robinson, necesito que te ocupes en reparar estos dispositivos. Carlos, requiero que integres el nuevo software a las computadoras del local 43. Finalmente voy adonde Luis. Luis y yo habíamos tenido una pequeña diferencia.

Resulta que una tarde, después de las horas de trabajo, Luis me dejó un mensaje en el dispositivo móvil de la compañía en el que había un contenido que a mí parecía inapropiado. En la mañana siguiente cuando vi aquel mensaje, me dirigí en donde estaba él junto con el resto del personal y le llamé la atención en frente de sus compañeros. Después pensé que hubiera sido mejor llamarlo en privado. Desde aquel entonces, Luis tenía cierto recelo conmigo.

Volviendo a aquel momento que le narraba, me acerco adonde Luis para darle la indicación de lo que debía hacer. Me siento con un aire de superioridad y le digo con tono imponente: «Luis, tienes que cambiar los hardware de las computadoras de la Sede del Norte.» Como yo sabía que él estaba reacio conmigo, pensé que siendo áspero y tajante, él iba a obedecer. Luis no me miró, siguió sentado sin manifestar gesto alguno. Sentí que él de alguna manera no me respetaba y eso me llenaba de ira; pero ¿Qué podía hacer? Podría quejarme con mi superior, pero él ya sabía cómo era Luis y de alguna manera, pensé que no era una solución viable.

Pasaron los días y hablaba con una supervisora que pasó al local a ver cómo llevábamos el flujo de la Empresa. Me comienza a hacer preguntas sobre el manejo de los recursos humanos. Comenzamos a hablar de cada uno de los trabajadores hasta que llegamos a Luis. Le dije: «Claro, así como todos, Luis me obedece cuando le doy una orden, ellos a mí me respetan.»

Minutos después de hablar con la supervisora, salgo y ella queda allí con mi superior. Me encuentro frente a la entrada de la oficina a la vista de ella y precisamente pasa Luis frente a mí. Le doy una orden a Luis y me responde negativamente, dándose la media vuelta y yéndose a hacer otra cosa. Pude notar que la supervisora y mi superior estaban atentos a lo que había acabado de suceder. Sentí un inmenso grado de vergüenza y humillación, me estaba tragando amargamente las palabras que con seguridad había afirmado segundos antes sobre la obediencia que me tenía aquel trabajador.

Así, fui descubriendo con varios golpes de la vida, que la rudeza y la prepotencia no eran formas de liderar. Pude resolver que mandar lo hace cualquiera, pero liderar no son muchos los que lo logran. El jefe ordena y las personas pueden obedecer, aunque fuera a regañadientes. Pero el líder enseña, guía y apoya. Así el personal felizmente hace lo que su líder pide.

Un jefe te dice qué hacer. Un líder te inspira a hacerlo.

¡Estás Descalificado!

«¡Estás descalificado!», decía la profesora de natación a Tommy por arrancar antes de tiempo la carrera. «Pero ¡¿por qué profesora?! si yo no fui el que arrancó antes, sino que ellos fueron los que se retrasaron en comenzar».

Tommy tenía la costumbre de justificar sus fallas afirmando que él no era quien se equivocaba, sino que siempre eran los demás. Había arraigado en él un sentido de perfección y cero margen de equivocación en todo lo que hacía o decía. Si una persona podía ser perfeccionista, Tommy era tres veces más perfeccionista que ella, porque nadie le podía ganar en lo intachable, pensaba él.

Tommy era hijo único y vivía solo con su mamá llamada Teresa; su padre había fallecido a causa de una grave enfermedad. La madre de Tommy trabajaba arduamente haciendo limpieza en distintos hogares y comercios para que le rindiera el dinero y poder sufragar los gastos de los estudios de su hijo, además de lo referente al hogar.

Una noche, se encontraban Tommy y su madre cenando en casa. Tommy se notaba muy ensimismado, comiendo y mirando solamente a su plato, sin entablar ningún tipo de conversación. Su madre percibió que algo estaba pasando con su hijo quien parecía intranquilo y le preguntó: «Mi amor, ¿te pasa algo?», a lo que Tommy respondió: «No mamá, no me pasa nada.» Pero ella insistió: «A cualquier otra persona puedes engañar, pero sabes que a mí no, pues sé que algo está pasando por esa cabecita. Dime qué sucede mi amor».

Tommy soltó los cubiertos, guardó un momento de silencio, suspiró profundamente y resolvió soltar aquello que le inquietaba. Le dijo a su madre: «Mamá, estoy un poco frustrado. Sabes que soy un chico muy exigente conmigo mismo y soy amante de la perfección. No me gustan las cosas mediocres y cuando voy a hacer algo tengo que hacerlo lo mejor posible o si no me enojo conmigo mismo y me vuelvo auto punitivo. Me resuena en mi cabeza esto que varias veces me ha dicho mi profesora de natación cuando voy a comenzar una carrera con los chicos de mi grupo: ¡ESTÁS DESCALIFICADO! Mamá, yo no tengo la culpa que los chicos nunca sepan salir a tiempo, que siempre se retrasen. Me hacen ver que yo soy el que estoy mal y no se dan cuenta que son ellos los que están errados, la profesora está errada. ¿Por qué no me quieren entender mamá?

Teresa, su madre se quedó mirándolo con ternura, su mirada a su hijo era de comprensión y Tommy sabía que lo que fuera a decirle su madre sería para su bien. Luego de un momento de mirada contemplativa, su mamá le dijo: «Tommy, hijo mío, me recuerdas tanto a tu padre. Siempre exigiéndose perfección en todos los aspectos de su vida. Mi corazón, un personaje de la historia llamado Voltaire decía: «Lo perfecto es enemigo de lo bueno». Me parece muy bueno que siempre procures hacer todo bien en cuanto a tus responsabilidades, sin embargo, no te sobre exijas con eso; el ego y el orgullo pueden hacer mucho daño cuando dominan en la vida. El que es en extremo orgulloso, no ve error en sí ni en su actuar; siempre tiene la razón y los demás son quienes se equivocan. Sin embargo, hay una virtud que vence al orgullo. Esta virtud es la humildad, reconocer nuestra humanidad. Ser consciente de lo bueno, pero también de las fragilidades que son propias de todo ser humano. Cuando uno reconoce que no es perfecto, que puede equivocarse y que eso es parte de su humanidad, se abre a contemplar un nuevo panorama de vida en el que las cosas no giran en torno a sí mismo, sino que la mirada se extiende a los que te rodean y a sus realidades y necesidades. Es así como podemos llegar a entender que los demás también pueden tener razón y que nosotros también nos podemos equivocar.

Tommy, eres un ser humano. No siempre vas a tener la razón y es importante quitarte esa insoportable carga de la perfección de tus hombros. Procura hacer las cosas bien, pero no te Auto Descalifiques si las cosas no salen perfectas.

Tommy estaba muy atento a todo lo que decía su madre, no quitaba su mirada de ella y lágrimas salían de sus ojos mientras la escuchaba en silencio.

Aquella noche Tommy entendió que más allá de lo que le dijera su profesora de natación, era él quien principalmente se decía a diario: ¡ESTÁS DESCALIFICADO!

Muy internamente Tommy se dijo estas palabras a sí mismo: «Tommy, estás calificado para acertar, para fallar, para volver a intentarlo y para reconocer cuando cometes un error. Estás calificado para perdonarte y perdonar. Tommy, estás calificado para amarte y para amar.

¿Creo en mí?

En la vida pueden haber momentos en los que nadie reconoce tus logros o talentos. Sin embargo, puede haber otras etapas en las que eres muy halagado, admirado y reconocido por quienes te rodean. Pero considero que más allá de que te reconozcan o no, hay que hacerse esta pregunta: ¿Me reconozco a mí mismo?

Que irónico como a veces las personas pueden ver un gran potencial en mí sin yo ser consciente de este. Soy efusivo, espontáneo, extrovertido, sociable, carismático y a la gente le gusta eso; pero por alguna razón, hay momentos en los que yo me aburro de mí mismo. Me veo y no me encuentro gracia.

Este pensamiento surge a raíz de una iniciativa en la que me está ayudando un gran amigo para mis redes, en la cual implica que yo aparezca más en mis publicaciones: videos o fotos mías junto con aquel mensaje que quiera comunicar.

Ya se hizo la primera publicación conmigo allí y por dicha tuvo buena receptividad. Tal vez la gente se identifica en la medida que algo refleja más humanidad.

Dios es Providencial y creo que de todo acontecimiento saca la oportunidad de enseñarnos algo. En mi caso me ha abierto el pensamiento para considerar qué tanto reconozco mis capacidades y mi esencia personal.

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